El 24 de abril de 2013 un edificio -el Rana Plaza- se derrumbaba en Daca, Bangladesh. Al menos 1127 personas morían y otras 2437 resultaban heridas. El edificio, que alojaba fábricas de marcas de ropa conocidas en todo el mundo, se derrumbó durante la hora punta de la mañana. Los trabajadores fueron obligados a acudir a sus puestos de trabajo pese a las grietas que aparecieron el día anterior.
Se trata del mayor siniestro industrial del pequeño país asiático y probablemente el peor accidente mundial del sector textil, por delante incluso del incendio que arrasó la fábrica de Kader Toy en Bangkok, Tailandia.
Bangladesh se ha convertido en el segundo exportador mundial de ropa (únicamente superado por China). Este sector supone el 17% de su Producto Interior Bruto y el 80% de sus exportaciones. Infinidad de marcas de ropa de reconocimiento mundial relocalizan sus fábricas aquí (incluso marcas chincas) con el fin de ahorrar en costes con una mano de obra más barata a la de la gran mayoría de países (el sueldo promedio de los trabajadores textiles es de 50$ mensuales, con jornadas de hasta 15 horas diarias).
Sin embargo los costos que se ahorran las grandes multinacionales los pagan los trabajadores con sus vidas. Unos años antes del derrumbe del Rana Plaza, otro edificio de las mismas características se derrumbaba matando a más de 60 personas que trabajaban para el gigante español Inditex, otra de las muchas multinacionales que producen textil en Bangladesh.
En los últimos diez años más de 1800 trabajadores han muerto mientras trabajaban para empresas punteras como Benetton, Bershka, Sears, Walmart o Zara.
De esta forma, Bangladesh se ha convertido en una potencia textil a nivel mundial, pero a un precio muy alto: dejar de lado la seguridad y los derechos de sus propios ciudadanos, que son constantemente ignorados por multinacionales y gobiernos.